jueves, 4 de diciembre de 2014

La moda del ocho

                   ** Como una forma de respeto al público, este post no tiene risas grabadas**


Dicen, algunos académicos de la moda, que la alta costura es el verdadero laboratorio de diseño que mueve la cultura. Seguramente son de los pocos que no vieron el Chavo del ocho por Televisa en las últimas 4 décadas. Si, puede sonar a una herejía, Balenciaga está bailando el mapalé en su tumba, pero a mi parecer el saco rojo, torcido y mal puesto de la Chilindrina es prácticamente la bandera de México.  

Se fue el Shakespeare auto medicado con chiquitolina, murió Chespirito y mi Facebook se llenó de frases y fotos a blanco y negro de un viejo abrazando a un niño de peluche, de un niño abrazándose a sí mismo. Mejor no insinuemos que estaba viejo porque quien sabe qué conexiones tiene allá arriba, y ya lo dice el viejo y conocido refrán, mas vale prevenir que cien volando. Después de la noticia, también vi como muchos de mis amigos, revivían sus recuerdos de Halloween donde más de uno se disfrazó del Chapulin Colorado, del Chavo o de la Chimoltrufia - ese último era sospechosamente real. Entonces, me acordé que en una de las sesiones de styling que realicé este año, intentando explicarle a alguien el objetivo primordial de mi trabajo, le dije que una persona logra tener un estilo de vestir icónico cuando es posible para los demás, disfrazarse de ella.   

Alguien, que puede o no ser Roberto Gomez, le dió a todos los personajes de Chespirito un estilo de vestir tan ingenioso, simple y gracioso, como los mismísimos diálogos. Lo único que logré averiguar, es que fue la primera esposa de Chespirito, Graciela, quien cosió por primera vez un corazón amarillo con una CH, en una trusa roja que seguramente era la verdadera razón por la que se aprovechaban de él, y no su nobleza. A punta de ideas sencillas y máquina de coser, la ropa de los personajes de Chespirito hace de ellos, íconos eternos que parecen salidos de un laboratorio de diseño. Como un homenaje a esos personajes que no son más sino el reflejo optimista, distraído y más pecoso de todos nosotros, les traigo una selección de prendas para recordarlos. La ropa rima con los básicos del closet además, con copa, Europa, estopa y cualquier palabra terminada en opa . 


Doctor Chapatín


Doña Florinda



                                                                      El chómpiras





La bruja del 71



                                                                    
                                                                   La chimoltrufia




                                                                            
                                                                             Quico



Con la muerte de Chespirito, se siente como si detrás de él se hubieran ido todas sus ideas, y las personas que tuvieron vida gracias a sus ideas. Y como no podemos dejar de homenajear a los muertos como si hubieran sido santos, como no podemos dejar de prometerles que nunca los vamos a olvidar, vamos a vestirnos de ellos, que no será la forma más poética de hacerlos inmortales pero si la más científicamente probable.

Mi única excepción en este homenaje es la bolsa de papel del Doctor Chapatín, en ese caso prefiero recordarlo con un Louis Vuitton colgándome del brazo. Yo si tengo un Louis Vuitton, no más que lo tengo dentro de la tienda. Ya saben, por seguridad.

Son muchas las nociones de moda que podemos tener a partir de la brillante sencillez de los programas de Chespirito, como que hay gente que nace para tener estilo y gente que nace para mediados de Febrero. También podríamos decir que todo estará bien mientras nuestras antenitas de vinil detecten la presencia de los zapatos de caucho. Además podemos soñar en temporada de compras con lo mucho que nos serviría la chicharra paralizadora cuando el centro comercial se ponga intransitable.

A quienes me quieran agradecer por el post les digo desde ya que no hay de queso no más de papa.



jueves, 20 de noviembre de 2014

El mito de la mujer que fracasa


Ahí, parada al lado de Zeus, La Llorona y los unicornios, está la mujer que fracasa. Es casi imposible creer en las mujeres que pierden a lo grande cuando nos han enseñado que nosotras podemos hacerlo todo. Estamos seguras de que no hay cosa que haga un príncipe azul en su caballo blanco, que una damisela en apuros no pueda hacer por sí misma. 




Gracias al trabajo que nos cuesta encontrar puntos medios, después de que nos dijeran que no podíamos hacer un jurgo de cosas, nos dedicamos a demostrar que sí, que somos capaces de hacerlo todo y encima, en tacones. Estamos empeñadas en parquear en reversa a la perfección, en mantener la casa como una vajilla china y la relación como la de Verozco y Achury, en ser ejecutivas brillantes para no depender económicamente de nadie, y en ser jóvenes y bellas mientras solitas abrimos cualquier cantidad de tarros de mermelada (light).

Y entonces, si podemos hacerlo todo ¿Por qué a veces no?
El fracaso está siempre ahí, esperando en su oscuridad abrazadora a hacernos bajar la mirada al piso, para recordarnos que no somos diosas sino simples mortales. El fracaso nos recuerda lo que nunca aprendimos. Como un amigo de toda la vida, que cada vez que me gana en Preguntados me dice que las mujeres no tenemos el gen del saber perder. Puede ser que mi amigo esté exagerando porque sabe que al fin de cuentas le he ganado el doble de veces que el a mí, o quizás sí, quizás el estrógeno no deja lugar para conocer la derrota y serle amable. Con el agravante de que a medida que pasan los años los encuentros con ella se vuelven más largos y frecuentes.

Para mí, todo se jodió en el momento en que la Barbie, no contenta con ser ella, empezó a tener cientos de profesiones, a ser la mamá de Kelly y la esposa de Ken. En mi caso, no era Ken sino el Batman de mi hermano (lo cual sólo empeoró las cosas porque ya no tenía que llevar a la casa un novio sino un superhéroe). A lo mejor sabríamos no tenerlo todo si por lo menos cuando decidieron darle a Barbie todo ese equipaje, le hubieran bajado una talla de brassiere, pero no. 

A la idealización de la mujer se le impone cortante la realidad: Una relación feliz que terminó hecha una sola tristeza, una cuenta bancaria desierta, una familia quebrada en pedacitos, un número en la balanza, una casa patas arriba, un corazón que hace rato no siente nada o un trabajo que nunca nos ha hecho sentir nada. En fin, a la deidad de mujer que todo lo puede se le impone la mujer al otro lado del espejo, que nos mira con cara de intento fallido preguntándonos donde hijueputas están sus superpoderes.

¿Y los hombres? Ellos ahora hacen acrósticos de lo maravillosas que somos las mujeres, de las verraquitas que sacan adelante familias enteras, de las caras de rosa sin cuya existencia nada valdría la pena. Especialmente los 8 de Marzo, siempre aparece algún man con una tarjeta de gusanito.com a recordarle a uno que lo que les pidamos lo pueden, y si no pueden no existe, y si no existe se lo inventan por nosotras; porque somos pues la bomba. Y encima uno tiene que darle las gracias.        

Pero nadie habla de lo que es ser una mujer que fracasa, nadie puede hablar de una divorciada sin tapujos, nadie se imagina a una mujer quebrada y en la ruina, nadie sabe poner en palabras, o escribir en un blog, lo que es mirar la vida de una mujer y decir “¡Esto es una mierda!”. El mito de la mujer que fracasa es una realidad y no hay nada que hacerle. Así son las cosas. Las mujeres también fracasamos, fallamos majestuosamente, perdemos sin saber perder. 

Gracias a la aceptación del fracaso femenino, quién nos quita, podamos encontrar el éxito como lo describía Churchill, como ese aprendizaje de ir de fracaso en fracaso sin desesperarse. Quién nos quita, un día, por encima de ese nudo en la garganta que no deja hablar, podamos decir: “Si perdí, la cagué, fracasé. ¿Y qué?”

Para poder comenzar de nuevo.




Laura Viviana Ortíz 

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Cuando la marca es lo de menos


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Desde que estaba en noveno grado colecciono la revista Vogue Latam. No estoy suscrita para recibirla en la casa porque salir a comprarla se me convirtió en un ritual poco eficiente, pero al que le he cogido cariño. También compro las extranjeras cuando puedo y en total ya tengo tantas ediciones en mi cuarto que me va a tocar sacar la cama.

Años después de consolidarme como una fiel lectora empecé a tapar con los dedos el nombre de la casa de modas sobre las fotografías y a tratar de adivinarlo. Es un juego con el nivel de interacción social que más me gusta y se puede convertir en la versión para adultos de 'Adivina Quién' con sólo preguntar: "El diseñador tiene bigote?", "El diseñador usa sombrero?", "El diseñador tiene el pelo blanco, gafas oscuras, corbata negra y camisa blanca? Es Karl!". El fundamento del juego es mucho más ciencia que arte, pues la moda utiliza símbolos en clave a través de los cuales se crean significados superiores, y esos significados superiores están ligados a las marcas más sustanciosas. Así un vestido con malla y líneas rectas es el sporty chic de Alexander Wang, o un rojo Valentino es como si el mismísimo diseñador se hubiera inventado el color antes que la naturaleza. O Dior, que no necesita imprimir su nombre en los tantos vestidos reinventados a partir del New Look para llamarlos suyos. Así, los detalles de las prendas que desfilan en las pasarelas del mundo no son tendencias ni son literales, sino que hacen parte de un estilo y le dan a la moda un sentido figurado.  

Cuando aparece el logo visible en las prendas, la historia es otra. Es muy fácil identificar la marca cuando te la dicen sin misterio, por ejemplo, si una prenda tiene un cocodrilo es Lacoste, si tiene una iguana es un overol de Ecopetrol. Un bolso de cuero con el monograma de Louis Vuitton, es Louis Vuitton, a menos que sea en cuerina en ese caso es Louis Buitton. En la moda rápida también hay marcas que le ponen un sello logotípico a su ropa, como Abercrombie, que a modo de clave encriptada siempre escribe sobre sus camisetas ABERCROMBIE en una tipografía filial de Comic Sans en tamaño 48. 

Hace como 10 años (creo) era una tendencia ponerle la marca visible a todo, especialmente en marcas de retail. Así fue como Bebe imprimió sus cuatro letras en pantalones de terciopelo y les diría donde pero no quiero ser repetitiva. El año pasado (creo) la casa parisina de lujo Céline, imprimió su nombre en una camiseta blanca como si eso lo dijera todo, y en efecto, lo hacía. Pero el problema de usar la ropa como un lienzo para la marca es que el nombre haría parte fundamental del diseño, de una temporada o dos, y luego el nombre, como la prenda, como el tiempo...pasa. Esa camiseta blanca de Céline se regó como epidemia de lujo en el estilo de las calles de todo el mundo y ya muchas de sus dueñas están ofreciéndola a un precio bajo por eBay.  En lo personal, no me gusta ser una valla ambulante y no me pondría un chaqueta que en la espalda dijera Nike o Moschino a menos que me pagaran. Si lo piensan bien es como un carro con el sticker de Herbalife en la puerta.

Las personalidades de la moda saben que es el diseño de las prendas y no su etiqueta lo que más le aporta al closet de un comprador. Menos mal, porque si no, seguiríamos sufriendo de ceguera marquillera, donde ni siquiera sabemos si una prenda nos gusta o no porque estamos cegadas por nuestra opinión de la marca. La ceguera marquillera es la misma que no deja comprar en Studio F, a pesar del exhaustivo y juicioso trabajo de investigación de tendencias que hacen desde hace un par de años, y la misma enfermedad ocular que hace que la gente se compre UNA VAINAS sólo por el nombre que tienen impreso: 


Zapatos Dior

Bolso Louis Vuitton

Camiseta Armani Exchange
Crocs Nike

Cuando estés frente a tu closet, coge tus prendas con logotipos y tápalos. Hazlo con ese bolso Michael Kors sin el llavero de MK, al Longchamp sin el caballo de carreras en relieve, a esa camiseta ajustada de Hugo Boss, o a ese saco de capota de American Eagle. Si la respuesta es un no, hay que empezar a entender que las marcas son un referente mas no una garantía, y que cuando el diseño es relevante, la marca es lo de menos. 

sábado, 8 de noviembre de 2014

El apéndice del closet





Ese par me está mirando. Lo sé. 

Me está mirando con expresión sobradora, con cara de que ganó antes de empezar a jugar. Es la cara que hace uno cuando ve que el parcial que le tocó es igual al de semestres anteriores que usó para estudiar, que es la misma cara que hace el arquero cuando ya sabe hacia dónde le van a cobrar el penal. No me pregunten cómo un par de zapatos me hace esa cara, pero la hace. Ellos dos son mi última adquisición, un par de zapatos... de tacón, claro, no es de buena educación desacostumbrarse a las malas costumbres. Ambos me miran y saben que me los voy a poner, no les importa - ni a mí- si tengo que caminar largas distancias, darle vueltas a la muralla China o hacer transbordo en la estación del Ricaurte. Tampoco les importa si me he puesto tacones los últimos 8 días o si van a seguir con esa costumbre Murphiana de clavarse en cualquier grieta de la agrietada y hermosamente estropeada Bogotá. 

El dilema, que no es en realidad uno, es si deba elegir a ese par de zapatos vertiginosos, limitantes por su condición de no estar hechos para caminar, o si por el contrario deba hacer lo que dictan la lógica y la ingeniera que habita en mis rincones y me dice que me vaya por esos botines negros planos que cumplen con su función primitiva de proteger mis pies. Qué curioso que existan zapatos que no están hechos para caminar. Son como un policía de transito donde ya hay trancón, o más exactamente, son cómo el apéndice que sólo sirve para enfermarse. Eso son los tacones: el apéndice del closet femenino. 

Si parecen sólo servir para hacer del caminar algo doloroso en lugar de práctico y placentero, ¿Por qué siempre terminamos volviendo a ellos?  Quizás para algunas es un requisito social que nos tocó por default, o para otras es la única manera de ganar unos centímetros y atenuar el complejo de perfume fino. Pero si tú eres de las mías sabrás que treparse en esos objetos es algo más, es la música del taconeo como banda sonora al caminar, y es el deseo femenino, íntimo y personal satisfecho, porque aunque a veces nos vistamos para los hombres, siempre nos calzamos para nosotras. Cuando una mujer camina de puntitas algo pasa, algo que la hace sentir diferente, algo que no existe en ningún otro lugar. 

Así esos tacones, los que me hacen cara de celador argentino que se cree el dueño del edificio, trascienden su condición física y adquieren un significado desde otras dimensiones. Quiere decir que la madera, el cuero y el metal de la punta del tacón no están hechos de átomos sino de feminidad y feminismo, están hechos de lo poderosa que me siento en ellos, de auto-confianza, de un deseo irracional, caprichoso, obsesivo y reincidente, están hechos de fetiche y felicidad. Es igual para todas las mujeres que ejercemos la práctica de caminar en tacones como si fuéramos trapecistas del Circo de Sol. Esos zapatos que elevan y empinan, son una extensión de nosotras mismas y por eso siempre volvemos a ellos, como la botella con el mensaje del náufrago a la isla desierta. Siempre vuelve.  Las veces que creo que no vuelvo a ellos es porque nunca me he ido, porque nací con tacones y desde ese entonces no me los quito.

Si tenemos zapatos que empoderan, expresan nuestro carácter, nuestras intenciones, nos dan conciencia de nuestro cuerpo, de nuestra mente e inteligencia ¿quién necesita un par que lo único que tienen para ofrecer es servir para caminar? No tengo nada en contra de lo cómodo y lo práctico, simplemente elijo otros propósitos porque mis prioridades son diferentes. El dilema que antes no era un dilema ahora ya ni existe. Si me hacen la típica pregunta de ¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más te gusta? elijo responder  'el apéndice'.  Si me preguntan por mi predilección dentro del closet diré lo mismo, que amo lo inútil y lo extravagante. El apéndice es bien curioso, porque pareciera que sólo sirve para enfermarse pero encierra todos los misterios de la evolución, de lo que somos, tal y como los tacones.






jueves, 9 de octubre de 2014

Más Audrey menos Holly (Y mucho menos Kim)

Algo pasa con los iconos de ahora que representan el tipo de personas, que las personas que queremos ser, evitarían.  


Ayer encontré en mi maleta de chucherías, que contiene todos los recuerdos de mis viajes, (tiquetes de tren, pines, llaveros, roedores, bacterias inmortales) un espejo de bolsillo, cuadrado y de cubierta metálica, con la imagen de Holly Golightly tan inamovible en el tiempo como siempre. El personaje de Breakfast at Tiffany's aparece con su vestido negro de Givenchy, una tiara de la tienda Polly Pocket, un cigarro largo y una sonrisa que despertaría la envidia de la Monalisa. 53 años después de la novela de Truman Capote, Holly sigue siendo un ícono de estilo, un símbolo de las aspiraciones distorsionadas de la psiquis femenina. 

Tantas jóvenes mujeres aspiran a ser Holly hoy en día que en Halloween la mejor forma de emborracharse es tomarse un shot cada vez que aparezca alguien con ese disfraz. La triste verdad es que Holly Golightly estaba desempleada, dependía económicamente del dinero que hacía como dama de compañia, su mejor amigo estaba en la cárcel, no podía relacionarse emocionalmente con nadie, ni siquiera su gato, su meta a la largo plazo era casarse con un millonario, basaba su vida en las opiniones de los demás y lo que es peor, tenía un sólo vestido - Givenchy - pero uno solo. Sé que es tentadora la idea de ser una socialité en Manhattan que vive de champaña, pero no creo que Holly deba ser idolatrada y mucho menos un modelo a seguir.


Lo entiendo. El glamour, la soltería, el azul Tiffany, la libertad, los diamantes, el paisaje de Nueva York: Es fácil caer en esa fantasía. Pero ser un desastre y sentirse miserable es el equivalente de las Crocs en cuanto al estilo. La versión colombiana de las Holly Golightly de hoy en día es aún más preocupante. Quiten la música, el Empire State en el fondo, cambien al vecino escritor por los costeños que viven al lado de mi casa y tendrán a una joven comiendo almojabana frente a una vitrina con un 95% de probabilidad de ser víctima de fleteo.  Ser Holly Golightly es triste, pero ser la Holly Golightly colombiana es el capitulo del Chavo en el que le dijeron ratero. No estoy insinuando que nuestra nacionalidad sea un infortunio, lo que si lo es, es querer ser una socialité de una sociedad que no existe. Por eso la mayoría de Hollys allá afuera, no lo son en la vida real pero sí en sus redes sociales, en la sociedad digital que nos inventamos a falta de una mejor. 


Les dije, un desastre de contradicciones. 


Pero ya basta de la dama de compañía elegante, hay que replantear nuestro deseo de un apartamento minúsculo en Nueva York, de un carácter esquivo y una obsesión por los diamantes que no son nuestros. Hay que reemplazar a Holly Golightly con la mujer real, de carne, hueso y porcelana, que era Audrey Hepburn. La actriz, la talentosa, la que no intentó ser incónica, solo intentó - y logró - hacer su trabajo, aquella que trasciende la mente de Truman Capote y las generaciones que han pasado hasta llegar a nosotros. Hablo de la anti tesis de Kim Kardashian, la socialité de nuestra época que es la prueba fehaciente de la decadencia de nuestra sociedad.  Audrey Hepburn, aunque quedó inmortalizada en el tiempo gracias al Little Black Dress de Givenchy, al collar de 4 filas de perlas, a la coronita minúscula y al cigarrillo largo, se convirtió en un ícono por ser una mujer muy diferente al personaje de la película romántica.  Audrey cambió el vestido negro que usaba Holly por uno blanco de flores de la misma casa de modas, porque Hubert de Givenchy era su mejor amigo y cómo no, si desde esa ceremonia de premios Oscar en 1.955 el diseñador la mostró al mundo como una mujer tocada por un halo mágico, como si fuera la única que lo tuviera todo. Para ella, todas las mujeres estábamos tocadas por ese halo que nos hacía parecer divinidades terrenales, para ella eran las mujeres felices quienes definían la belleza y fue eso justamente lo que hizo que no quedara olvidada como una de las tantas actrices de Hollywood reconocidas por su físico y su larga lista de películas.
 


La actriz belga no es como Holly, inamovible en el tiempo, ella envejeció y ese es el tipo de íconos que deberían representar nuestras más profundas aspiraciones: Embajadora de las Naciones Unidas, promotora de la belleza femenina real, una mujer con sustancia que vestía con elegancia natural, la de la mirada tristemente bella y la misma que declaró abiertamente haber nacido con una necesidad enorme de afecto y una necesidad terrible de darlo. 



Siento mucho que este post sobre Holly Golightly, que tuve que escribir después de encontrar ese espejo que cambiaría por esta última imagen sin pensarlo dos veces, se haya convertido en un discurso con reflexiones moralistas. Pero no hay forma de hablar de Holly sin hablar de Audrey y no hay forma de hablar de Audrey sin hablar de todo lo demás, de todo lo bueno, de todo lo que nos falta ser, y como si fuera poco, desear ser. Mientras Audrey se aleja cada vez más de ser un ícono actual, Kim Kardashian sale en tantos titulares como videos porno existen en el mundo, y no es necesario seguir comparándolas, no porque no jueguen en la misma liga, sino porque ni siquiera juegan el mismo deporte. 

Entre nuestras fantasías femeninas renovadas ahora está la de ser mujeres independientes y empoderadas, socialités sí, pero trabajadoras y que no vivan en el ensimismamiento, que encuentren en la forma de llevarse a si mismas, en su estilo, su gusto por las vitrinas y el refinamiento, una manera de llegar al otro, al que lo necesita, al que Audrey decía, era la razón por la que tenemos dos manos. Y si esa mano tiene un diamante de Tiffany's, bueno, ese es un detalle con el que podríamos vivir.  

jueves, 25 de septiembre de 2014

14 Lecciones de moda que nos dejó F.R.I.E.N.D.S

[Créditos de apertura]

[Escena 1: Mi oficina. Todos miran sus pantallas mientras mi cabeza está pegada al teclado.]

Las generaciones mayores se quejan de la nuestra por haber sido criados a punta de programas de televisión americanos, pero realmente deberían quedarse a ver cómo va a salir la que fue criada por reality shows.  [Risas grabadas] Algo de razón tienen, pues estamos llenos de referencias de sitcoms americanas. Hay quienes no pueden tocar a la puerta sin decir "Penny, Penny, Penny", muchos quisimos una abuelita que nos dijera 'te mudas ahora mismo con tus tíos de Bel-Air', otras queriendo ser Carrie terminamos en Liz Lemon y si son de los míos, saben que Ashton Kutcher ain't no Charlie Sheen. 

Este mes se conmemoran 20 años del primer capítulo de Friends, 20 años de Central Perk, y 20 años de saber que aunque estemos en la peor de las tragas siempre nos irá mejor que a Gunther. Con Friends aprendimos lecciones de vida pero también lecciones de armario. Phoebe era bohemia con sus maxi faldas y estampados indies, Mónica reflejaba su TOC (Trastorno obsesivo compulsivo) por la limpieza en sus prendas de cortes clásicos y looks monocromáticos, Rachel era la personificación de la mujer moderna y femenina de los 90's, Chandler tenía las mejores camisas para ocultar su tercer pezón, Ross era amante de los dinosaurios y los sacos, pero no los sacos de dinosaurios -gracias Dios y productores de la serie- y finalmente Joey, quien usaba ropa a pesar de no necesitarla.

Además, he recopilado 14 lecciones de moda, puntuales y memorables, en un post que demuestra una vez más que la moda es demasiado importante como para tomársela en serio: 




1. Si te ofrecen un trabajo en Louis Vuitton en Paris, te bajas del avión... 

 

..Si y solo si, es para estar con un hombre que no cuenta en segundos sino en Mississipis. 


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2. Lo último que se necesita para ponerse un vestido de novia, es casarse.


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3. Lo que le falta al mundo son más bolsos de hombre. (Y más Joeys.) 



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4. ¿Quién quiere ser sexy Mamá Noel el 24 de Diciembre cuando se puede ser Papá Noel cualquier día del año?    




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5. Lo contrario de esconderle la ropa a alguien es ponerse todo lo que tiene. Después de ese capítulo la yuxtaposición de prendas se volvió toda una tendencia.


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6. Tenemos pelo para ser icónicas, ya sea para bien o para mal, con o sin humedad.



Y no hay nada que una trenza (o cien) no puedan arreglar.




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7.  Si Joey puede, ¿por qué no nosotras? GO COMMANDO!




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8. Para cuando podamos ver flashbacks de nuestro estilo personal, tienen que haber referencias de películas de los 80's o habremos fracasado en la vida.



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9. Gastarse lo del divorcio en un par de botas carísimas, en las que al final no puedes ni caminar, es la mejor terapia matrimonial.




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10. Si hay pantalones de cuero involucrados, cualquier cosa puede pasar.



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11. Si dejas plantado a alguien en el altar, tarde o temprano lo pagas.




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12. Los dilemas morales de la moda, los abrigos de piel y el vegetarianismo, se hacen peores si uno conversa con ardillas regularmente.



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13. No se piden de vuelta las prendas de una relación que terminó.



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14. Hombres que se depilan las cejas: Don't.

jueves, 18 de septiembre de 2014

Coqueteando en la Semana de la Moda de Nueva York


Hay varias maneras de decir que algo nos gusta y la peor de todas es diciéndolo. Basta de usar palabras para todo cuando por algo se inventaron las pestañas. La coquetería es una herramienta poderosa que todos usamos aún cuando no sabemos cómo, y la usamos de todas maneras porque cuando a uno le gusta algo - le gusta de verdad- se le nota así no quiera. La coquetería ha tenido más hijos que cualquier personaje bíblico y ha hecho llorar a más gente que final de temporada de Grey's Anatomy. Si uno pica el ojo y no parece que estuviera en la mitad de un colapso nervioso, entonces ya no necesita pronunciar palabra. La coquetería voluntaria e involuntaria es tan útil que he decidido recurrir a ella para hablar de los desfiles de la Semana de la Moda de New York que tuvo lugar la semana pasada en el Lincoln Center. En vez de ir a lugares comunes como "Di-vi-no!", lo explicaré con las caras más coquetas de toda la web. ¿Por qué tomarme el trabajo de hacerlo así? Fácil, porque necesitaba una excusa para poner esto en el blog: 

                                     


Y esto...

       



Coquetear con la moda es doblemente un arte. Seamos artistas, empecemos:



























Como dijo Milan Kundera "La coquetería es una promesa sin garantía". De ahí las caras que ponemos los amantes de la moda ante desfiles así, vemos las prendas con la promesa de quererlas en nuestro armario sin ninguna garantía pero sobretodo, sin la plata.

Como siempre, como todo, las caras de la luna son dos y las nuestras también. No podemos ocultar cuando algo nos gusta y mucho menos cuando no nos gusta. Especialmente cuando a Jeremy Scott lo dejan torturar pedazos de tela y le dan un pasarela:






Lo unico que quiero de Shrek es su mejor amigo, no su cara estampada en mi ropa. 
Qué rabia, o mejor dicho:


5 puntos por acordarse de esta película 
  


L.C.