jueves, 9 de octubre de 2014

Más Audrey menos Holly (Y mucho menos Kim)

Algo pasa con los iconos de ahora que representan el tipo de personas, que las personas que queremos ser, evitarían.  


Ayer encontré en mi maleta de chucherías, que contiene todos los recuerdos de mis viajes, (tiquetes de tren, pines, llaveros, roedores, bacterias inmortales) un espejo de bolsillo, cuadrado y de cubierta metálica, con la imagen de Holly Golightly tan inamovible en el tiempo como siempre. El personaje de Breakfast at Tiffany's aparece con su vestido negro de Givenchy, una tiara de la tienda Polly Pocket, un cigarro largo y una sonrisa que despertaría la envidia de la Monalisa. 53 años después de la novela de Truman Capote, Holly sigue siendo un ícono de estilo, un símbolo de las aspiraciones distorsionadas de la psiquis femenina. 

Tantas jóvenes mujeres aspiran a ser Holly hoy en día que en Halloween la mejor forma de emborracharse es tomarse un shot cada vez que aparezca alguien con ese disfraz. La triste verdad es que Holly Golightly estaba desempleada, dependía económicamente del dinero que hacía como dama de compañia, su mejor amigo estaba en la cárcel, no podía relacionarse emocionalmente con nadie, ni siquiera su gato, su meta a la largo plazo era casarse con un millonario, basaba su vida en las opiniones de los demás y lo que es peor, tenía un sólo vestido - Givenchy - pero uno solo. Sé que es tentadora la idea de ser una socialité en Manhattan que vive de champaña, pero no creo que Holly deba ser idolatrada y mucho menos un modelo a seguir.


Lo entiendo. El glamour, la soltería, el azul Tiffany, la libertad, los diamantes, el paisaje de Nueva York: Es fácil caer en esa fantasía. Pero ser un desastre y sentirse miserable es el equivalente de las Crocs en cuanto al estilo. La versión colombiana de las Holly Golightly de hoy en día es aún más preocupante. Quiten la música, el Empire State en el fondo, cambien al vecino escritor por los costeños que viven al lado de mi casa y tendrán a una joven comiendo almojabana frente a una vitrina con un 95% de probabilidad de ser víctima de fleteo.  Ser Holly Golightly es triste, pero ser la Holly Golightly colombiana es el capitulo del Chavo en el que le dijeron ratero. No estoy insinuando que nuestra nacionalidad sea un infortunio, lo que si lo es, es querer ser una socialité de una sociedad que no existe. Por eso la mayoría de Hollys allá afuera, no lo son en la vida real pero sí en sus redes sociales, en la sociedad digital que nos inventamos a falta de una mejor. 


Les dije, un desastre de contradicciones. 


Pero ya basta de la dama de compañía elegante, hay que replantear nuestro deseo de un apartamento minúsculo en Nueva York, de un carácter esquivo y una obsesión por los diamantes que no son nuestros. Hay que reemplazar a Holly Golightly con la mujer real, de carne, hueso y porcelana, que era Audrey Hepburn. La actriz, la talentosa, la que no intentó ser incónica, solo intentó - y logró - hacer su trabajo, aquella que trasciende la mente de Truman Capote y las generaciones que han pasado hasta llegar a nosotros. Hablo de la anti tesis de Kim Kardashian, la socialité de nuestra época que es la prueba fehaciente de la decadencia de nuestra sociedad.  Audrey Hepburn, aunque quedó inmortalizada en el tiempo gracias al Little Black Dress de Givenchy, al collar de 4 filas de perlas, a la coronita minúscula y al cigarrillo largo, se convirtió en un ícono por ser una mujer muy diferente al personaje de la película romántica.  Audrey cambió el vestido negro que usaba Holly por uno blanco de flores de la misma casa de modas, porque Hubert de Givenchy era su mejor amigo y cómo no, si desde esa ceremonia de premios Oscar en 1.955 el diseñador la mostró al mundo como una mujer tocada por un halo mágico, como si fuera la única que lo tuviera todo. Para ella, todas las mujeres estábamos tocadas por ese halo que nos hacía parecer divinidades terrenales, para ella eran las mujeres felices quienes definían la belleza y fue eso justamente lo que hizo que no quedara olvidada como una de las tantas actrices de Hollywood reconocidas por su físico y su larga lista de películas.
 


La actriz belga no es como Holly, inamovible en el tiempo, ella envejeció y ese es el tipo de íconos que deberían representar nuestras más profundas aspiraciones: Embajadora de las Naciones Unidas, promotora de la belleza femenina real, una mujer con sustancia que vestía con elegancia natural, la de la mirada tristemente bella y la misma que declaró abiertamente haber nacido con una necesidad enorme de afecto y una necesidad terrible de darlo. 



Siento mucho que este post sobre Holly Golightly, que tuve que escribir después de encontrar ese espejo que cambiaría por esta última imagen sin pensarlo dos veces, se haya convertido en un discurso con reflexiones moralistas. Pero no hay forma de hablar de Holly sin hablar de Audrey y no hay forma de hablar de Audrey sin hablar de todo lo demás, de todo lo bueno, de todo lo que nos falta ser, y como si fuera poco, desear ser. Mientras Audrey se aleja cada vez más de ser un ícono actual, Kim Kardashian sale en tantos titulares como videos porno existen en el mundo, y no es necesario seguir comparándolas, no porque no jueguen en la misma liga, sino porque ni siquiera juegan el mismo deporte. 

Entre nuestras fantasías femeninas renovadas ahora está la de ser mujeres independientes y empoderadas, socialités sí, pero trabajadoras y que no vivan en el ensimismamiento, que encuentren en la forma de llevarse a si mismas, en su estilo, su gusto por las vitrinas y el refinamiento, una manera de llegar al otro, al que lo necesita, al que Audrey decía, era la razón por la que tenemos dos manos. Y si esa mano tiene un diamante de Tiffany's, bueno, ese es un detalle con el que podríamos vivir.  

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