viernes, 27 de junio de 2014

Bendita ansiedad

No se si cuando pequeños también les pasaba a ustedes, espero que sí y que les pase como a mi ahora que lo revivo de una forma muy distinta pero en el fondo, igual. Hoy vivo de nuevo una sensación que ha cambiado, como yo, y se ha vuelto más adulta. Pero yo sigo siendo yo y ella sigue siendo, en esencia, ella. 


Cuando pequeños nos pasó las tardes de cada 24 de Diciembre cuando nos mandaban a dormir y a esperar la navidad hasta la media noche. Suena inaudito, ¿cierto? ¿mandarnos a dormir? Los grandes lo decían como si fuera posible y uno en resignación se hacía el dormido mientra contaba los segundos con los ojos cerrados en una espera sin fin. A las 9 uno ya empezaba a sentir un revoltijo de sensaciones parecidas a la que da en la fila de la montaña rusa, con viento en los ojos y ganas de parpadear. La intranquilidad de las entrañas era tal que uno podría decir que era hambre de no ser porque la comida no pasaba. Ocurría también la noche antes del día del cumpleaños, entre más deseaba que el tiempo corriera, el muy mala clase caminaba lento de aposta; el tiempo y su relativismo. Ya con 23 cumpleaños vividos, la sensación no se vive igual. Ahora pasa momentos antes de algún parcial importante donde el mantra es "Que sea lo que sea, pero que sea ya" y "Pues si me lo echo, me lo echo pero salgo de esta vaina". Y apenas uno se sienta en el salón le dan ganas de hacer pis, pero eso sí, con la hoja al frente es como si recobráramos el dominio del ser, como si volviéramos a nuestro cuerpo de cualquier limbo donde hubiésemos estado. También es la misma sensación que da antes de un viaje, antes de graduarse, de pasar por una cirugía o llegando a la entrada del centro comercial para cumplir la cita de comer helado con el primer amor. 

Es una sensación que solo pasa antes de que pase algo que nos importa de verdad, y con la adultez la vamos extrañando porque somos más selectivos con aquello que nos importa, para bien o para mal. Es como si toda la emoción de un evento no se viviera en el momento en sí sino en la espera, como si la felicidad de la carrera estuviera concentrada en levantar los brazos antes de llegar o el dolor de la inyección se sintiera cuando el doctor apenas se va acercando hacia nosotros.
¿Ahora díganme si es humanamente posible en la cumbre de esa sensación pasar saliva cuando la garganta tiene candado y doble tranca? 

Recuerdo ahora con mucha facilidad cada vez que me sentí así porque mientras escribo, me pasa. Me pasa porque mañana juega Colombia contra Uruguay en octavos de final en el que ha sido el mundial que le narraré a mis hijos, y me importa. Hay una incertidumbre universal sobre lo que va a pasar, en un deporte donde el azar juega un papel tan radical que no nos queda más sino pensar que es el destino, para no desmayarnos de ansiedad. Es más fácil pensar que lo que ha de ser será, a caer en cuenta de todo lo que podría pasar por simple suerte. Pero así como hay incertidumbre, en la misma medida o quizás incluso un poco más, hay esperanza. Es esa ilusión que da el vivir esperando lo mejor, lo que me hace sentir en la tarde de algún 24 de Diciembre, esperando, preguntándome a mi misma que si será que me porté bien y el niño Dios me va a traer goles de Teo, James y Bacca. 

Todos especulamos, que si será que sin Suarez Uruguay va a estar decidido a no dejarse derrotar, o que si por el contrario va a estar desanimado y perdido. También especulamos sobre la alineación de Colombia, que Pekerman no dice y que si por el fuera no la diría ni en el mismísimo partido. Todos especulamos sobre todo mientras esperamos y ya no sabemos si estamos esperando una inyección, un parcial o al primer amor, que vean la hora que es, y no llega para ir por el helado; el tiempo y su relativismo. Salvaría una cosa sobre la cual no hay que especular, hay que estar seguros como David Ospina cuando se tira para atajar un penal: Colombia merece y puede, ganar. La costumbre de perder por el hecho de ser colombianos suena absurda ahora, ser colombiano ya no significa una condena a la derrota ni vivir entre gatos negros y malos augurios. No venimos de una tierra maldita ni desafortunada, no somos lo peor de lo peor, no somos perezosos ni facilistas, ni mezquinos ni turbios. La impresión de que nada nunca nos sale bien a los colombianos se va a ver opacada por nuestra grandeza, algo así como el efecto Nairo Quintana, que le demuestra al mundo que Colombia es más maizena que coca. 

Desde ahora hasta mañana a las 3:00 no nos queda más sino dejarnos embargar por la ansiedad de los pies que tiemblan, por el cosquilleo de las lágrimas que no corren porque el tiempo tampoco lo hace, y esperar, y aguardar, en la certeza de que pase lo que pase somos dignos del triunfo y no nos estamos robando nada. Nuestra montaña rusa nos aguarda, mañana a las 3:00 es nuestro cumpleaños, nuestra navidad, el mejor viaje de nuestras vidas, o al menos eso parece. Ahora vayámonos a dormir, como si eso fuera posible y si la emoción no nos deja, está bien, es bonito ver que aunque las cosas que nos importan cambian, el efecto que tienen en nosotros no desaparece. 






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