viernes, 4 de julio de 2014

Cenicientas contemporáneas

A dream is a wish your heart makes when you're fast asleep. In dreams you will lose your heartaches. Whatever you wish for, you keep”

Cantó una Cenicienta de salud mental cuestionable a sus amigos, en su totalidad aves y roedores,  mientras cepillaba su cabello mirando por la ventana hacia el castillo blanco, brillante y lejano. Todos conocemos la historia, una niña que vivía entre polvo, abusos y harapos, hasta que una noche en un acto de magia o producto de los alucinógenos, se convirtió en una princesa, su calabaza en carroza  y sus ratones en cocheros. Es una historia realmente sencilla pero encantadora, tanto que aún hoy, 64 años después, se sigue reencarnando en cenicientas modernas: Mujeres que viven en la realidad de las adversidades de la vida pero con el deseo fantástico de que aparezca su hada madrina.  En cuanto a príncipes el panorama es desalentador, William se casó con Kate, Harry está ocupado con sus desnudos en Internet, el Príncipe George tiene 11 meses de edad y Carl Philip nos daría una suegra muy difícil. En hadas madrinas es más esperanzador.   

El hada madrina de cenicienta es la pionera universal de los makeovers y cambios de look radicales para cumplir sueños. Gracias a eso es que el clásico de Disney tiene un final feliz y la palabra cenicienta tiene una promesa implícita. Es inolvidable ese vestido en dos tonos de azul, con mangas como flotadores y falda bailarina; ese es el vestido insignia de los sueños cumplidos. Quiero creer que es algo representativo de las mujeres seguir buscando ese vestido a lo largo de nuestra vida. Bueno, no ESE vestido a menos que tengamos 6 años o el síndrome de Peter Pan, pero sí su significado e implicaciones. Lo buscamos más que nada cuando sentimos que necesitamos renacer de alguna forma o que es el medio para un fin superior, que es el medio para cumplir un deseo que hace el corazón, porque la indumentaria es justo eso: un medio para un fin superior. Cuando encontramos ese vestido y lo usamos como una herramienta para reinventarnos nosotras mismas nos convertimos no solo en cenicientas sino en nuestra propia hada madrina. Es por eso que el panorama es alentador, porque hemos evolucionado hasta convertirnos en cenicientas auto-sostenibles. Si algo nos deja la adultez es eso, la certeza de que si  uno quiere magia tiene que aprenderla a hacer, que los carros se compran con trabajo y no con calabazas y ¿los ratones? A ellos no hay conjuro que los vuelva amigos nuestros. Así adaptamos ciertas partes de la historia para que aplique en la vida real pero aún así algunas partes permanecen igual, como perder los zapatos si la fiesta esta buena  o el entendimiento de que quién te quiere ver, te ve y quien te quiere encontrar, te encuentra.  

Vamos viendo cómo, a veces, no es el estilista ni el maquillaje, ni la mejor amiga, ni la asesora de imagen el artífice de la magia, a veces somos nosotras mismas haciéndonos hechizos como cambiarnos el color del cabello cuando nos sentimos distintas, más arriesgadas, más seguras. El conjuro lo hacemos también cuando cambiamos el armario de una universitaria por el de una nueva ejecutiva, nos preparamos para un vals que muchas veces nos dijeron no podríamos bailar. Cada vez que el cambio nos empodera y nos hace sentir satisfechas con la mujer en quien nos hemos convertido es como si la zapatilla de cristal nos quedara perfecta, una y otra vez, una y otra vez. Entonces, las enseñanzas de la infancia que parecían por momentos limitarse a encontrar un príncipe azul y a definir el día de nuestro matrimonio como el final feliz, parecen sólo metáforas para algo grandioso, grandioso de verdad.  Tan grande como que sin barita ni nada de eso, la mujer en la que nosotras mismas nos hemos convertido, después de la media noche, aún va a estar ahí.

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