Los Jean Day en el colegio eran los mejores.
Eran días preciados en los que podíamos sacar lo mejor del closet, al menos la
mayoría, porque todo salón tenía ese ser de otra dimensión que nunca sabía nada
de lo que estaba pasando a su alrededor y en Jean Day llegaba vestido con el
uniforme. Pero yo nunca, yo anotaba en
la agenda los Jean Day en vez de tareas.
El Jean Day era la ocasión perfecta para decir
Au revoir a las versiones más criollas de Tommy Hilfiger. No más colores institucionales, no más azul
oscuro deprimente combinado con rojo navidad, o quienes la tenían peor, no más
color café. ¿Qué clase de color institucional es el café? Ni siquiera las
banderas de los países lo usan. Por favor, es el color del chocolate y la
bandera de Bélgica no es marrón por ningún lado. Pero eso sí, existen colegios
con uniforme café con verde donde la costumbre evita que nadie quiera disfrazarse
de árbol para la clausura. No más mocasines escolares con costuras beige y
suela de goma, que dejaron cicatrices en la psiquis que aún no se borran. No
más mini faldas en días de viento y no más, a los mil trucos para no sentir
frío a las 7 de la mañana en el paradero. No más medias blancas que se
escurrían con mirarlas y de tanto halarlas se escurrían más. Solamente por un
día y $2.000 pesos: No más.
Quisiera decir que escoger uno mismo su propia
pinta era un grito de independencia, pero la oportunidad de hacerlo era tan
escasa que parecía más bien un susurro. Un secreto de independencia a la
tiranía de tener que apuntarse los botones de la camisa hasta sufrir de colapso
traqueal. 23 años y es la hora que esas
normas escolares todavía me parecen un sin sentido. Usar los accesorios que
quería usar no me habría hecho más una criminal de lo que soy ahora y
probablemente mi amigo secreto de Quinto grado hubiera adivinado que lo mío no
eran los aretes de Paquita Gallego.
La eterna justificación de los colegios es que
los uniformes evitan el bullying entre los estudiantes y hacen que sean
tratados de igual forma. Tal vez no se les ha ocurrido enseñarles a los niños a
no condicionar el trato a las personas según su forma de vestir. Esa perspectiva
sobre los uniformes es equivalente a asfixiar a alguien para evitar que respire
aire contaminado.
Ya me emberraqué escribiendo este post. Pero, ¿Quién
me manda a no estudiar en Constance BIlliard School, en el Upper East Side de
Nueva York?
¿Se acuerdan del eterno discurso sobre valorar
las pequeñas cosas? ¿De que no dar nada por sentado es la manera de alcanzar la
felicidad? Generalmente me provoca infringir dolor físico a las personas que
hablan así. Hoy recuerdo ese uniforme, esa sudadera tan antiestética y los
mocasines, malnacidos mocasines, y valoro el hecho de que Jean Day sea todos
los días, y les doy la razón a todos esos discursos eternos y su visión de la
felicidad. No quiero acostumbrarme a elegir mi propia ropa, no quiero
acostumbrarme al placer de decir que soy más que mi profesión, más que
ingeniera, más que estudiante. A menos que sea azafata de Emirates, en ese caso
retiro todo lo dicho acerca de los uniformes.
1 comentario:
Todavía no sé como descubrí tu blog, lo que sí sé es que tenemos cosas en común: 1. También estudio Ing. Industrial. 2. También soy bloguera 3. También disfrutaba los jean days (mi uniforme era marrón D:)
Me gusta como escribes! Muy sarcástica.
Siguiendo tus posts, saludos.
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